domingo, 2 de julio de 2017

DIVENTARE PAZZO*


Mario Venturi escucha la sentencia del juez. No puede aceptar lo que oye. En vano había tratado de defenderse; ni su propio abogado le había creído…

Han pasado seis largos años desde que abandonó su casa. Tuvo que pedir un traslado porque no soportaba la ausencia de su mujer y su hijo. Ahora ha vuelto.

Encuentra la casa como la dejó. Reina ese silencio que retumba en las casas donde no vive nadie. Tira al suelo el equipaje y se tumba en la cama. Se duerme; hace tiempo que sus fantasmas han abandonado la noche.

En el trabajo los compañeros le reciben con frialdad. En su antigua secretaria percibe una mirada que no es capaz de comprender.

Hace la compra y regresa a casa. Tiene mucho trabajo: limpiar; comprobar si funcionan los electrodomésticos; colgar su ropa y mirar si le sigue valiendo la que no se llevó. ¡Menos mal que decidió inhabilitar una parte de la casa! Se alegra de haberlo hecho, así tiene menos que fregar. Nunca le gustó que entraran desconocidos en ella.

Se acuesta tan cansado que no puede dormir. Oye ruidos extraños, susurros y risas. Baja al salón. Cuando  llega ve con horror que la puerta que mandó tapiar vuelve a estar visible. Se altera de tal manera, que no es capaz de coger la manija y abrirla. Va a trabajar desquiciado y, a media mañana, con la excusa de encontrarse mal, vuelve a casa.

Sin quitarse el abrigo y armado con una llave inglesa traspasa la puerta y va al cuarto de su mujer. «¡No es posible, tú no puedes estar aquí!» dice mientras la contempla dormida en la cama. De pronto, ella abre uno de sus ojos. Una sonrisa sarcástica seguida de una carcajada espantosa sale de su garganta. No puede reprimirse y le abre la cabeza con la herramienta. A continuación va al cuarto del niño y repite la agresión. Ninguno de los dos grita.

Sin tener conciencia de lo que está haciendo, desorientado, sale a la calle sosteniendo entre sus manos manchadas de sangre el arma asesina. Un sudor frío le cae por la espalda, el fuerte castañeteo de sus dientes rompe la quietud de sus pensamientos. Siente que se asfixia. Pierde el conocimiento y cae al suelo.

Después la cárcel, el juicio y su sinrazón. Otra vez le asaltan los fantasmas: la infidelidad de su mujer y la amenaza de marcharse con su hijo; el veneno y el emparedamiento. Y comienza de nuevo la huida de todo menos de sí mismo.

¿Qué puede decirle al juez en su defensa? ¿Qué no se puede matar a quien ya está muerto?

*Volverse loco.

Relato seleccionado en el encuentro de relatistas "Los jueves de ceniza" organizado por la Casa de Zorrilla de Valladolid e Índigo Crea y que está incluido en esta publicación.