sábado, 28 de febrero de 2015

TRES VARIACIONES EN TORNO A UN SUEÑO 3: PREMONICIÓN


No sé dónde estoy…

Lo último que recuerdo es que conducía mi coche camino del trabajo como todos los días, ni deprisa ni despacio, a la velocidad del límite permitido, me gusta llegar cinco minutos antes de que empiece mi jornada.
La mañana era espléndida y bajé la ventanilla, el aire alborotó mi melena y decidí cerrarla mientras me miraba en el espejo retrovisor. Después luces, solo luces de muchos colores y luego oscuridad.
La oscuridad que ahora “veo”. ¿Dónde estoy? Tendida sobre algo duro y estrecho, no es una cama, es muy incómodo.
Aunque no puedo abrir los ojos percibo una fuerte luz encima de mí. Intento doblar las piernas, mover las manos. No puedo. Solo oigo el silencio, el silencio me rodea. ¿Dónde estoy?, me pregunto una y otra vez…
Oigo unas voces a lo lejos, no entiendo lo que dicen, se van acercando. Una voz masculina, melodiosa y joven pregunta:
—¿Ya le ha hecho efecto la anestesia a…mmm… Pilar?
¿Pilar? ¿Quién es Pilar? ¡Soy Clara! ¡Me llamo Clara Montero! Digo gritando de miedo.
De mi garganta no ha salido ni un solo sonido. ¿Será verdad que me han anestesiado?

Otra voz, esta vez más grave, más bronca que la anterior, avisa que van a rasurarme. ¿Qué tienen que rasurarme? No puedo mover ni un sólo músculo… Siento la maquinilla afeitándome la parte derecha de la cabeza. ¡Noo…! mi pelo no…mi cabeza parecerá una bola de billar o la de un skinhead. ¡Mi hermoso pelo…! Quiero llorar, ni las lágrimas brotan.

Oigo música. Ese acordeón, ese ritmo, esa melodía… ¡la reconozco!                                 
Es A Men’s Scene del Club des Belugas. La misma que escuchaba yo en el coche antes de… ¿de qué?, no me acuerdo, no sé cómo he llegado hasta aquí.

— ¿Otra vez esta canción, doctor?— pregunta una voz femenina muy cerca de mí.
Has operado tantas veces conmigo que ya deberías saber que cuando me toca uno en el lóbulo temporal tan malo como éste, me relaja, te lo diré una y mil veces: reduce mi ansiedad; serena mis manos y centra mi mente y me quita todo el estrés añade la voz masculina y joven de antes, con una cierta rotundidad y un poco irritado.
Además si pusiera 'Stayin’ Alive', de los Bee Gees, no podríais resistir  la tentación de bailar como John Travolta y eso no— añade el doctor, ahora en un tono más jocoso.
—No quiero ser pejiguero, pero ya sabes que tu música no me permite escuchar claramente las posibles alarmas. Dice otra voz desconocida.

A ti te pasa lo que a todos los anestesistas, os gusta el silencio porque os sentís más seguros, tú fíjate en las lucecitas y déjame trabajar a gusto y tranquilo— interviene de nuevo el doctor.

Ahora sé que estoy en un hospital, en un quirófano porque él es un cirujano. ¡Vaya juerga que se traen! ¿Será un programa de los de cámara oculta?
Ha dicho que esa Pilar tiene un tumor en el lóbulo temporal y creen que soy yo… ¡Dios mío…! ¿Es a mí a quien van a abrir el cráneo? ¿Qué le van a hacer a mi cerebro? No puede ser, yo no tengo un tumor en mi cabeza. Mi cerebro está sano quiero decirles. La voz no se articula en mis cuerdas vocales, la lengua no se mueve ¿Estaré muerta?
No, no puedo estar muerta, oigo cómo corre el agua de un grifo, alguien se lava, también escucho el repiqueteo metálico del instrumental. Si estuviera muerta no oiría nada y les oigo.

¿La paciente está estabilizada?:
 —Sí, doctor.

¿Intubación endotraqueal?:
— Correcta

— ¿Frecuencia cardíaca?:
 —Normal con un poco de taquicardia— Cómo para no tenerla, pienso yo.

¿Presión arterial?:
  —Adecuada.

Comenzamos, enfermera, bisturí.
 
Todos han callado, solo se oye la música.
Casi inmediatamente noto que me están haciendo una hendidura por encima de la oreja derecha y justo cuando percibo el ruido de una sierra, en ese momento de pánico, de entrar en shock, siento el inconfundible sabor de las pesadillas y temblando, con la sístole y la diástole enloquecidas, me despierto…

…Me siento en la cama, el corazón aún desbocado, en ese umbral entre el sueño y el despertar. Instintivamente me llevo las manos a la cabeza, acaricio mis cabellos… ¡Uff! Sólo ha sido un maldito sueño.

Vuelvo a tenderme, la calidez de las sabanas me envuelve. Me relajo, está a punto de sonar el despertador. Mejor olvidar esta pesadilla, este horrible sueño.

Me ducho, arreglo con mimo mi pelo, este pelo que todas en la oficina envidian, hoy quiero estar más atractiva que otros días, presiento que algo bueno  va a ocurrir en el trabajo o en mi vida, algo que puede cambiarlo todo.

Desayuno rápidamente, ya voy justa, camino hacia el coche, arranco y de manera automática el mp3 se pone en marcha con los primeros compases del acordeón del Club des Belugas. Sigo su ritmo tamborileando en el volante.

La mañana es espléndida, es un cálido día, quiero impregnarme de él –pienso-  mientras bajo la ventanilla del automóvil.

Febrero 2015

TRES VARIACIONES EN TORNO A UN SUEÑO 2: BUCLE


Lo último que recuerdo es que conducía el coche de camino al trabajo. Y luego luces, solo luces…

No sé bien donde estoy, tendida sobre algo duro y estrecho. No puedo abrir los ojos aunque siento una potente luz a poca distancia. No puedo moverme. Sólo escucho el silencio…

Oigo pasos. Alguien con voz  melodiosa, masculina y joven, pregunta:

— ¿Ya le ha hecho efecto la anestesia a… Pilar?

¿Pilar? ¡Soy Clara!, ¡¡Clara Montero!!  Intento chillar, pero de mi garganta no sale ni un solo sonido.

La misma voz masculina consulta si ya me han rasurado, mientras oigo el correr del agua de un grifo, ¿por qué tienen que rasurarme? No puedo mover ni un solo músculo…

Oigo música. Reconozco la melodía. A Men’s Scene del Club des Belugas. Me gusta.

— ¿Otra vez esa canción, doctor?— pregunta una voz femenina.

—Sí, ya sabes que es mi favorita, me centra cuando me toca un tumor en el lóbulo temporal añade la voz que reconozco de antes y que ahora sé que es cirujano y… ¡Dios mío...! ¿Es a mí a quién va a abrir el cráneo? ¿Qué quiere buscar en mi cerebro? No puede ser.

—Enseguida acabo, doctor— escucho decir a otra persona. De pronto siento una maquinilla rasurándome  la parte derecha de la cabeza. Les grito: ¿Qué me hacen?, mi cerebro está sano. Mis cuerdas vocales siguen paralizadas. ¿Estaré muerta?

Cuando siento el bisturí haciendo una hendidura encima de mi oreja derecha, en ese preciso momento, siento el inconfundible sabor de las pesadillas y temblando…me despierto.

Es casi hora de levantarse. Me ducho, desayuno rápidamente y me encamino en coche al trabajo.
Febrero 2015

TRES VARIACIONES EN TORNO A UN SUEÑO: 1- TREPANACIÓN


¿Dónde estoy? No veo nada. Siento que estoy tendida sobre una mesa no muy ancha.

Parece que tengo una luz encima, siento su calor. No puedo moverme.

Oigo: “¿Ya has puesto la anestesia a Pilar?”. Me llamo Clara les digo, pero no sale ningún sonido de mi garganta.

La misma voz dice, “Enfermera, bisturí, vamos a eliminar rápido este coágulo del lóbulo derecho”.

Reconozco el sabor de la pesadilla y sudorosa me despierto.
Febrero 2015
Imagen: Keitaro Sugihara   

LA SHARIA


Aline ha acabado las clases en la universidad de Zayed, en Dubái. Desde el pórtico mira con ansiedad hacia el final del aparcamiento. Allí está, como todos los días Makari junto a su inseparable Yamaha Chopper.

Con el corazón y el paso acelerado se dirige junto a ella que la espera embutida en un traje de cuero de motorista. El casco, colgado del brazo, permite ver su negro cabello  cortado a lo garçon, que junto con su cara, sin un ápice de maquillaje, hacen que pase desapercibida. En sus labios, una amplia sonrisa.

La recibe con un suave beso que apenas roza su mejilla, y sin embargo Aline se sonroja. Suben en la moto y se dirigen a las afueras de la ciudad, al barrio residencial en el que vive Makari desde que dejó Beirut. Aline se aprieta fuertemente a su espalda. Reside en una casa grande, con mucha luz y un amplio jardín privado, que le permite dedicarse con comodidad a lo que más le gusta, pintar, y que es su profesión.

Cuando desmontan Aline apoya la cabeza en el hombro de su amiga, enlazadas por la cintura y besándose entran en la casa.

Con delicadeza Makari le quita el velo y le ayuda a desprenderse de la abaya. Debajo del impecable traje de Armani lleva un sensual conjunto de lencería fina.

Aline se deja hacer. Makari recorre todo su cuerpo con sus labios, con la misma suavidad con la que sus pinceles acarician el lienzo. Sus manos se palpan, se acarician, se calman… y encienden con cada movimiento sollozos, gemidos… Makari es el mar, Aline el acantilado, fundidas en el placer todo lo olvidan.

Es el mismo y esperado rito de todos los días, comparten momentos de intimidad con otros de éxtasis, se aman y solo aquí pueden expresar su amor…En Dubái ser homosexual es un delito grave, por eso se esconden, por eso con nadie lo comparten.

La pasión aún ocupa todo el cuerpo de Aline y un escalofrío voluptuoso recorre su espalda. En su mirada se adivinan retazos de niebla, mira su reloj, es hora de irse ya a su casa.

Hoy tampoco ha podido decirle que no puede irse con ella al Líbano,  uno de los pocos reductos de libertad para la mujer árabe; que se le han acabado las excusas; que ya no ha podido aplazarlo más; que sus padres han concertado su boda al acabar el curso en la Universidad…

…Mañana, quizá mañana.
Febrero 2015

LO QUE ELVIENTO SE LLEVÓ



“Aunque tenga que estafar, ser ladrona o asesina ¡a Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre!” bramó Escarlata entre dientes. Nunca pensó que diría lo mismo que la protagonista de la detestada Lo que el Viento se Llevó, que su madre reproducía una y otra vez en una copia infame de VHS y a la que debía su nombre.

Salió de casa dando un portazo y casi en volandas acomodó a sus dos hijos en el asiento trasero de su destartalado coche. Colocó junto a ella el viejo bolso Louis Vuitton de imitación, ese amigo que la acompañaba todos los días al trabajo pertrechado con la comida y su kit básico de supervivencia. Hoy llevaba dentro el libro de su abuelo, el único que él había tenido en su vida, Crimen y Castigo de  Dostoievski.

El viejo radiocasete Pioneer se negó a funcionar. Ella no quería pensar y comenzó a cantar con desesperación Black is black.

“Lo negro es negro”… Recordó con un regusto amargo esa canción que asociaba al impacto que le causó Amador, el chico de modales tan finos del que se enamoró como una tonta en cuanto lo vio en la playa de su pueblo. La cautivó de tal manera que a los seis meses se fue a vivir con él a esta ciudad castellana tan histórica como inhóspita.

Reunieron dinero para la entrada de un piso y, muy ilusionados, se hicieron con uno pequeño a las afueras de la ciudad, lleno de luz de la mañana y rodeado de zonas verdes para que sus futuros hijos pudieran jugar. Pronto nació el niño y a los dos años la niña. Fueron felices hasta que todo comenzó a empeorar, su marido primero perdió el trabajo, después los abandonó, a ella le redujeron la jornada… Desde entonces, cada mes ha recortado los gastos de calefacción, agua caliente, comida…  para poder cubrir la hipoteca y aun así, los tres últimos meses no lo ha conseguido.

Hoy lo poco que quedaba de su mundo se ha derrumbado. Ha recibido una carta del banco anunciándole el proceso de desahucio si en quince días no abona lo que debe. De nada ha servido suplicarles un poco más de tiempo.

Aparca frente a la sucursal bancaria. Baja del coche dejando a sus hijos dentro y los mira un momento con especial ternura. Tan sólo se lleva el libro que el abuelo guardaba y que nunca les dejó leer. Lo aprieta contra su pecho.

Entra y con paso firme se dirige a la oficina del director, se sienta y una vez más le implora, le pide tiempo, solo eso… El director le dice que ya no se puede hacer nada y le pide que se vaya.

Escarlata abre muy despacio el libro, saca de su interior una diminuta pistola Derringer que siempre había estado camuflada en él. Muy serena, vuelve a recordar la última frase de la película que marcó su vida mientras apunta directamente al corazón del director.
Febrero 2015

        


 

 

HOMENAJE A LA "CH"



Un chicarrón, aún chamaco, quitándose el chambergo le dice a la chavala: “chulapa, ponte el chal y bailemos un chotis, que por ti he perdido hasta la chaveta”.
La chica se quitó los zapatos y se puso las chinelas, se achuchó contra él y entre chanzas mientras se daban cháchara, entre los chulazos saltaron chispas.

Terminado el baile comieron chocolate con churros y siendo ella una cabeza de chorlito y él tan solo un chupatintas, decidieron embarcarse rumbo a Chile. Y se subieron a un paquebote un día con calma chicha, cruzando el charco en busca de mejor dicha.
Una vez allí, se construyeron un chamizo con chatarra para tener una chambra donde acomodarse.

Chencho, que así se llamaba el chaval, encontró chamba de chamarilero porque aunque chapucero, tenía mucha facundia y se le daba bien la charla y los chascarrillos.

Chelo, cuidaba de la casa y como era muy buena repostera vendía tartas, dulces y otras chucherías entre chisme y chisme, a sus vecinas.
Y sin chistar pronto tuvieron churumbeles que les hicieron muy dichosos y comieron muchos bizcochos.

Y por fin esto se ha acabado y por la chimenea se va al tejado…
 


Enero 2015

EL PEQUEÑO EMPERADOR



Como todos los días Bruno bajó y subió varias veces a toda velocidad las escaleras de su casa, saltó a la comba y ya con el cuerpo dispuesto para correr salió a la calle.

Es invierno, en esa hora en que la tarde ya no es tarde y la noche aún no puede llamarse noche; una luz lechosa se extiende en el cielo apenas iluminado por una Luna creciente, el resplandor de Venus y unas briznas de violeta recuerdo del sol que hace rato desapareció tras el horizonte.

Va equipado con prendas técnicas livianas  que le protegen del frio y favorecen su transpiración, oscuras y con bandas reflectantes se ajustan como  un guante a su esbelto y elástico cuerpo que todavía conserva rasgos de adolescente. Calzado con unas zapatillas deportivas, impermeables, con suelas disipadoras de impacto para que sus pies no sufran contra el duro suelo de asfalto. Un gorro, un cuello tubular y unos guantes dri- fif, completan el atuendo. Se ajusta los auriculares y conecta el iPod nano. Todo de primeras marcas y a la última moda. Sus penúltimos caprichos…

Está a punto de cumplir 18 años, alto, de piel morena, cabello negro ligeramente ensortijado. En su hermosa faz destacan unos grandes ojos verdes que despiden reflejos dorados.

En el Instituto es la envidia de sus compañeros y objeto de deseo de sus compañeras. Es afable, simpático y conciliador, no ha intimado nunca con nadie, no tiene amigos, ni enemigos y no pasa desapercibido. Disciplinado, obediente e inteligente los profesores le consideran un buen alumno.

Su única pasión es la tecnología y como tal es un devorador de los últimos modelos que salen al mercado y usuario de las últimas aplicaciones, que con poco empeño logra que le compren sus padres.

En casa aislado en su dormitorio pasa las horas jugando en la pantalla de su potente i Mac, luchando contra enemigos en ataques inesperados,  en diferentes misiones cada vez más sensacionalistas y cruentas.

Vive en un universo paralelo al de sus padres. Su madre se quedó embarazada cuando ya había renunciado a ello. Por eso, quizá, nunca han sabido negarle nada, han sido indulgentes y permisivos. Con la adolescencia pasó de ser un niño cariñoso y alegre a ser un adolescente huraño, taciturno y agresivo que les somete a vejaciones e incluso a algún pequeño ataque cuando ellos pretenden saber algo de su vida.

Su último capricho ha sido una moto de gran cilindrada, como regalo de cumpleaños. El padre le ha dicho por primera vez “no”, el miedo a que pueda ocurrirle algo ha sido superior al dominio que Bruno ejerce sobre él.

No ha podido soportarlo. Ha metido a sus padres en la pantalla y ha jugado…

Cuando la partida acabó se embutió en su ropa deportiva y salió a correr, como todos los días, como si nada hubiera pasado.           
Enero 2015

ANDE- ANDE- ANDE...


Desde mi atalaya disfruto de una vista privilegiada de la Navidad.

¡Ah, la Navidad…! si ese que llaman Jesús levantara la cabeza y viera el festival que los humanos hemos organizado en torno a su nacimiento, a fe mía, que pediría a su padre que acabara con este mundo que dicen que él creó.

Me molestan estas luces que no se apagan en toda la noche y que me impiden dormir y, menos mal, que el Gran Almacén de enfrente desconecta su musiquilla al echar el cierre, y mira que cierra tarde, que como sigan así van a tener que poner literas en los sótanos para que duerman los vendedores…

Hay quien dice que los villancicos le dan alegría y ganas de bailar. No lo puedo entender. Yo tengo ganas de cometer el asesinato perfecto,  el mío, cuando escucho por tercera vez, en una hora ¡¡¡Pero mira como beben los peces en el rio…!!!

Todo el día la gente de acá para allá, ¡qué trasiego…!. Cargados unos con paquetes de regalos que no gustarán, ni dejaran contentos a nadie y otros disfrazados con esos ridículos gorros de Papá Noel o aún peor con cuernos de reno, algunos con cascabeles y hasta con luces y todo.

Y, ¿qué me decís de ese afán por comer juntos? No puedes ni ver a tu compañero, no tragas al jefe y ¡hala…! a comer a su lado, mirando de reojo a esa chica rubia que contrataron el mes pasado y que te dio calabazas anteayer…; aunque bueno, a Tomás, el del restaurante de la esquina le viene bien y a mí, de rebote  también, porque siempre cae algo.

Pero lo peor, lo peor de todo, sucede el día 24, a media tarde, cuando el ricachón llega en el coche, para a la puerta de mi iglesia, sube las escaleras y me invita a ir con él. Y todo, porque su padre le pidió en el lecho de muerte que continuara con la tradición de la familia y sentara un pobre en su mesa para celebrar la Navidad.

¡Hay que fastidiarse! Y éste ha tenido que elegirme a mí…

Diciembre 2014
Imagen Google
 

 

DOÑA DELIA


Delia sale a dar su paseo diario, un poco antes del mediodía. Es bastante añosa, aunque como decía Oscar Wilde: “Lo peor de cumplir años no es envejecer, sino que no se envejece” y es que ella no ha envejecido por dentro, vive aquí y ahora, alejada de la realidad de su propio cuerpo, siempre dispuesta a seguir. Solo su dolorosa artrosis le devuelve a la realidad cuando camina.

Hoy, sin embargo, avanza con ilusión renovada apoyada en su bastón, olvidando casi el dolor de la cadera, que cada vez es más fuerte y prolongado.

Y es que, tras un verano que se le ha antojado muy largo comienza un nuevo curso; los niños regresan al colegio, por eso ella se encamina un poco más rápida de lo habitual por el paseo que la lleva frente a la escuela.

Fatigada, se sienta en su banco de siempre, en la semisombra que produce el cedro que tiene casi tantos años como ella. Cuando hace frio camina de un lado a otro de la valla. Ha acabado formando parte del paisaje, los profesores y los niños se han habituado a verla por allí, siempre puntual a su cita, a la hora del recreo.

Desde su banco Delia renace escuchando las risas, los gritos, los juegos y hasta las peleas de los niños.

Hoy hay dos nuevos maestros, una mujer, de unos 35 años, rubia, alta, con unos tacones, que según observa, no la dejaran correr rápido si tiene que auxiliar a algún niño con urgencia; y un mozalbete que parece más joven y que se afana en jugar al balón con un grupo de críos.

Suspira y cierra los ojos y sin saber por qué recuerda a aquel niño menudo, que sin haber cumplido los tres años llegó a su aula, despierto, curioso, espontáneo  y muy, muy escrupuloso. Sonríe al verlo entrar en clase, andando como un pequeño pingüino, con los pantalones y la ropa interior en los tobillos.
-Delia, límpiame – decía y ella le respondía lo mismo un día tras otro: -No, no, yo te enseño y te ayudo pero eres tú quien debe hacerlo.
-Jo, es que me da mucho asco, replicaba él.

También recuerda  que  bien se expresaba y su amplio vocabulario. Un día, Delia comenzó a mostrarles fotografías de diferentes elementos del Universo que había ordenado cuidadosamente. Les mostró la primera y sin dar tiempo a responder a ninguno de sus compañeros dijo: La Tierra, nuestro planeta. Delia quedó boquiabierta por lo acertada de la respuesta. Ahora, recuerda su nombre: Pablo, se llamaba Pablo.

Mostró la segunda lámina y unos cuantos dijeron a coro: ¡La Luna, es la Luna!

Después acertaron con la estrella, y cuando les mostró una imagen poco convencional del Sol, tras unos segundos Pablo gritó mientras saltaba de la silla: ¡Es el planeta de los ricos, el planeta de los ricos!

Delia extrañada le preguntó el por qué y el niño con una lógica aplastante respondió: Pues mira, ¿es que no lo ves?, porque es de oro.

Ella, hoy, sigue sintiendo aún, el deseo de estrecharlo junto a su pecho mientras le decía que no, que era el Sol, aguantando las ganas de reír a carcajadas sin poderle decir que si el Sol fuera de oro, ya no existiría…

Unos tímidos golpecitos en el hombro le hicieron salir de su ensueño. A su lado estaba el joven que hacía un instante estaba en el patio.

Perdone – le dijo - ¿Usted, tú…, no fuiste mi primera maestra? ¿Eres doña Delia?
Diciembre 2014
Imagen: Revista Maestra de Infantil
 

YING Y YANG


Mientras escribía este cuento, escuchaba Pavana para una infanta difunta, de Ravel y he querido compartirlo con vosotros.


 YING  y  YANG

Tres días quedaban para que el cuarto creciente completara su periodo y el cielo de la noche se iluminara con el resplandor de la luna llena.

Tres días, sólo tres días quedaban para que se celebrara la boda de mi niña, de mi amada Alfonsina.

Tres días tan solo y una lúgubre sombra se asomaba en los ojos de mi otra hija, Adolfina, llenando su mirada de rencor, de envidia.

Mis hijas gemelas, tan idénticas, tan distintas. Ya eran así en mi vientre, sólo sentí a una, ni un momento de respiro me daba, más que llevar  un ser humano en mis entrañas parecía que tuviera  un gato encerrado en ellas.

Decidí que si era un niño le llamaría Adolfo como mi marido, que murió sin saber que iba a ser padre.

El parto fue difícil, largo y doloroso. La comadre decía que nunca había visto un caso igual, que la criatura tan pronto mostraba la mollera como las nalgas y que no sabía cómo ayudarme. Cuando al final la alumbré chilló como una posesa. Era una niña grande, bien formada, hermosa. Como esperaba un varón, no sabía cómo llamarla y le puse Adolfina.

Un poco aturdida por el brebaje que la comadrona me había dado para aliviar el dolor en el parto, me recosté en la cama ayudada por su hija que estaba aprendiendo el oficio de ama de parir, cerré los ojos y le oí gritar, — otro, viene otro —. Me incorporé y di a luz a otra niña, sin esfuerzo, casi sin enterarme, era igualita a la anterior, un poco más menuda. La mujer le dio unos azotes y de su pecho salió un grito dulce acompañando a su llanto. Le llamé Alfonsina en honor a mi padre

Crecieron y no podían ser más opuestas, Alfonsina, la pequeña, era afable, cariñosa, alegre. Su voz era como la de un ruiseñor y cantando recorría el hayedo recolectando plantas que secaba, mezclaba y usaba para curar las dolencias de los vecinos de la aldea, tenía un don especial para ayudar. Decían que era una anjana…

Adolfina era todo lo contrario: arisca, dominante, agresiva cuando sus deseos no se cumplían; pendenciera, capaz de adivinar las desgracias y para mí, que también las provocaba. Gustaba de la noche y en una de las muchas cuevas que hay en estas tierras del norte, se recluía y no aparecía en días. En el poblado la temían, unos le llamaban guajona, otros lamia.

No coincidieron en nada hasta que hace casi dos años un buhonero llamó a nuestra puerta, dijo llamarse Gastón y cuando Alfonsina le compró un peine intercambiaron sus corazones. No pasaba una semana sin que él viajara a la aldea vendiendo sus mercancías o para reunirse con ella.

Adolfina se prendó también de él. Siempre estaba en casa cuando  llegaba, le enviaba miradas seductoras, le obsequiaba, incluso hizo hechizos para alejarle de su hermana. No logró nada.


Tres días quedaban… y ahora tengo miedo, ese miedo que ella siempre me ha dado, pues nunca supe hasta dónde podía llegar su maldad.

Llegó por fin el día de la boda. Alfonsina estaba preciosa, su cabeza coronada con violetas blancas. Todos los vecinos lo celebraron y bailaron a su lado a la luz brillante de la luna llena de Agosto. Solo hubo una ausencia, la de su hermana, nadie la echó en falta. Yo estaba aliviada.

Pasaron los días, los esposos marcharon a vivir a la aldea de él, a unas cuantas jornadas de la nuestra. De Adolfina no supimos nada, nunca volvió a casa.

Al cabo de un largo año, unos niños encontraron su cuerpo tendido, como dormido, junto a un arroyo, decían que parecía un hada.Todos pensaron que era Adolfina  y como tal la enterramos.

Sólo yo supe que ella era mi otra hija, mi niña amada, su hermana.
Diciembre, 2014

El primer párrafo está extraído de la novela “El druida celtibérico” de Ignacio Merino.
Imagen Google




viernes, 27 de febrero de 2015

PASEO EN CYCLO POUSSE


El viaje no comenzó con buen pie, el avión que debía trasladarnos desde Londres, tuvo una avería y salimos con veinticinco horas de retraso. De un plumazo perdimos un día de nuestras ansiadas vacaciones.

La capital de Vietnam nos recibió con sol, pero pronto fue tapado por unos nubarrones que se transformaron en fuertes aguaceros intermitentes, molestos compañeros en las visitas a sus lagos, pagodas, al Templo de la Literatura...

Hanói es una ciudad bulliciosa donde  imperan los vehículos de dos y tres ruedas (bicis, motocicletas y sus famosos cyclos pousses, una especie de triciclos que en su parte delantera llevan un carrito y  sirven de taxis), conviviendo con unos pocos coches.

La circulación es un caos de alguna manera organizado, (me recordó el marasmo que se observa en un banco de anchoas en el mar o en una bandada de estorninos volando al unísono). Un tráfico que hay que ignorar al cruzar una calle siempre y cuando lo hagas lentamente y el pánico no te domine e intentes correr o dudes, porque entonces no saben sortearte y te atropellan. Una sinfonía de claxon procedente de todos ellos se escucha a cualquier hora del día.

En uno de esos triciclos nos montamos a la salida del espectáculo de las marionetas de agua.

Lloviznaba, eran las cinco de la tarde, nuestro primer atardecer en Vietnam, y la noche se nos echó encima. Solícitos, los conductores nos ayudaron a subirnos en ese artilugio y en procesión nos dirigimos al hotel.

El pánico se reflejaba en nuestros rostros, ellos reían, mientras calzados con chanclas pedaleaban sorteando los mil y un vehículos que aparecían a diestro y siniestro.

Recorrimos el Barrio Viejo, con sus calles estrechas, especializadas cada una en un tipo de comercio. Casas con fachadas minúsculas, de menos de tres metros: en la planta baja el negocio y arriba la vivienda, que va subiendo en altura a medida que se necesita.

Pasamos por la calle de los plateros y joyeros, la de los tejidos y confección, la de artículos religiosos, la de las maletas y bolsas, la de los herreros,… de las cuales disfrutamos una vez que nuestro espíritu confió en el buen hacer de los ciclistas.

Algunos, se bajaban de la bicicleta y empujaban a mano los carritos, cansados quizá de acarrear nuestros cuerpos, muchísimo más voluminosos que los suyos, pero contentos por tener clientes extranjeros.

Mi conductor me indicaba algunos monumentos por los que pasábamos, como la catedral de San José, siempre acompañando su “madame” con un gesto cordial.

Por un momento me sentí como una francesa de la época colonial conducida a casa por su criado, estábamos a punto de llegar al hotel.

Avergonzada le di un par de billetes  con la efigie de George Washington que fueron correspondidos con una reverencia y una sonrisa más amplia que la que exhibe Ho Chi Min en sus devaluados dongs.

No me sentí mejor…

Noviembre 2014