La guerra hacía meses que
había estallado aunque en este pequeño pueblo castellano no se producían
combates. Desde su comienzo estuvo en poder del Ejército de Liberación
Nacional.
La escuela sí cambió con
ella. El maestro, don Isidro, republicano con ideas comunistas, el que ponía la
radio en la escuela los domingos a la hora de la misa, el que enseñaba que la
Tierra era redonda y mostraba una naranja que después repartía, el que llevaba
a los chicos y chicas (juntos…) al campo a recoger plantas y bichos, fue
fusilado nada más comenzar la contienda.
Desde entonces nada fue
igual, al pueblo llegó un matrimonio de maestros, no eran mala gente, pero no
les enseñó casi nada nuevo y don Delfín, el cura del pueblo, que impartía
Doctrina Cristiana, se
hizo amo y señor del colegio.
Cuando él entraba al aula
todos los niños tenían que ponerse en pie y con la testuz inclinada hacia el
suelo, rezar las oraciones que él guiaba.
Al sentarse, comenzaba el
calvario para un grupo de alumnos. Don Delfín siempre tenía presta la vara y
mordaz la lengua para humillar a los hijos de los “rojos”, con los que se
ensañaba sin compasión. (IRA)
— Juanito, ¿Cuándo conviene hacer la Señal
de la Cruz?
— Conviene
hacer la Señal de la Cruz principalmente al levantarnos, al salir de casa, al
entrar en la Iglesia, al empezar el trabajo, antes de comer y sobre todo al
vernos en alguna necesidad, tentación o peligro. — Respondió Juanito, el hijo
del carnicero, el que le llevaba una vez a la semana una buena porción de
ternera y otras viandas que él devoraba con ganas. (GULA)
— Muy bien, muy bien, y ahora tú,
Sebastián. ¿Dios lo ve todo?
— Si,
don Delfín, Dios lo ve todo, lo pasado, lo presente y lo futuro y hasta los más
ocultos pensamientos.
Sebastián, que tenía el
padre en la cárcel porque el sacerdote le había denunciado por robo, (en
realidad fue por haberse negado a confesar con él), pensaba que Dios debía estar ciego, muy ciego,
para no castigarle por ello. (SOBERBIA).
—Fernando ¿Cuál es el primer mandamiento
de La Santa Madre Iglesia?
—Oír
misa entera todos los domingos y fiestas de guardar.
Mariano se hundía en su
silla mientras pensaba que la siguiente le tocaría a él.
— Mariano, qué estás dormido, ¿Quién
santifica las fiestas?
Con los ojos centelleando,
con una mezcla de miedo e impotencia, el niño contestó mecánicamente:
— Santifica
las fiestas el que las emplea en dar culto a Dios, oyendo misa y se abstiene de
trabajos corporales.
— Eso es, le respondió el cura, y esta
noche enséñaselo a tu padre para que santifique la fiesta del Corpus Christie y
todas las demás.
Mariano apretó los dientes
con tanta fuerza que casi se le desprende la muela que estaba a punto de mudar.
En su cabeza aún escuchaba
los gritos de su madre, con el más pequeño en brazos y otros dos agarrados a su
saya, mientras le decía que los guardias se habían llevado preso al padre.
Aún le dolían las piernas de
ir corriendo al cuartelillo a enterarse de lo ocurrido.
Aún sentía el golpear de la
sangre en sus sienes al decirle la benemérita que le había denunciado don
Delfín por trabajar en el Corpus.
Su patrón, un hombre
pudiente y cultivado al que el cura no podía ni ver (ENVIDIA), le había mandado retejar las cuadras que estaba haciendo
porque amenazaba lluvia, padre había madrugado mucho para acabar antes de la
procesión y ganarse un sueldo extra que necesitaba pues ya eran nueve las bocas
que había en casa. Le pusieron una multa de 25 pesetas que gracias a Dios pagó
su patrón.
¿Dónde está la Justicia y la
Caridad que el sacerdote predica?, pensó Mariano.
— Zoilo, ¿Cuál es el quinto mandamiento
de la Santa Madre Iglesia?
— El
quinto, el quinto…balbuceó Zoilo, ¡Ah, sí! El quinto es Ayudar a la Iglesia en
sus necesidades.
—Eso es, y como hay que ayudar a la Iglesia
usted y los otros cuatro mayores, al salir de la escuela, van a mi casa a coger
las cerezas del patio.
Desde que comenzaron a
madurar, casi todos los días el cura les mandaba coger las cerezas que luego él
vendía. (AVARICIA- PEREZA).
Los niños tenían mucha
hambre e intentaban comer las que podían y al verlos el cura les hacía cantar “Con flores a María”, “Acuérdate de
Jesucristo”..., hasta que un día al decirles “A cantar...” uno de los
hermanos “Lastrillas” comenzó a entonar: “Si
los curas y frailes supieran la paliza que se van a llevar, subirían al coro
cantando libertad, libertad, libertad…”. Don Delfín, furibundo los maldijo
y ellos bajaron a toda velocidad del árbol y saltaron la tapia para no recibir
una pedrada del cura…
— Zoilo, ¿de qué se ríe?
— De
nada don Delfín, de nada…respondió el niño.
— Ahora usted, Carlos, ¿Cuál es el noveno
Mandamiento de la Ley de Dios?
— No
cometerás actos impuros.
— Correcto y ¿Qué nos manda el noveno
mandamiento?
— Nos
manda que seamos puros y castos en pensamientos y deseos.
— Muy bien Carlitos y dile a tu hermana
Luisa que después del Rosario se quede a fregar la Iglesia.
— Si
don Delfín, se lo diré —murmuró el niño, solo un poco más alto que un susurro
mientras pensaba: “Para que usted le haga fregar de rodillas el suelo mientras
se pone detrás para verla mover el culo…” (LUJURIA).
— La clase terminó por hoy, en pie: “Padre
nuestro…”
Así trascurrieron las clases de Doctrina Cristiana en esta escuela y en muchas más de este país
durante 40 largos años. La pedagogía de don Delfín solo es un ejemplo, aunque
como en todo, hubo algunas excepciones.
Verano, 2014
Imágenes: Google
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