sábado, 28 de febrero de 2015

ANDE- ANDE- ANDE...


Desde mi atalaya disfruto de una vista privilegiada de la Navidad.

¡Ah, la Navidad…! si ese que llaman Jesús levantara la cabeza y viera el festival que los humanos hemos organizado en torno a su nacimiento, a fe mía, que pediría a su padre que acabara con este mundo que dicen que él creó.

Me molestan estas luces que no se apagan en toda la noche y que me impiden dormir y, menos mal, que el Gran Almacén de enfrente desconecta su musiquilla al echar el cierre, y mira que cierra tarde, que como sigan así van a tener que poner literas en los sótanos para que duerman los vendedores…

Hay quien dice que los villancicos le dan alegría y ganas de bailar. No lo puedo entender. Yo tengo ganas de cometer el asesinato perfecto,  el mío, cuando escucho por tercera vez, en una hora ¡¡¡Pero mira como beben los peces en el rio…!!!

Todo el día la gente de acá para allá, ¡qué trasiego…!. Cargados unos con paquetes de regalos que no gustarán, ni dejaran contentos a nadie y otros disfrazados con esos ridículos gorros de Papá Noel o aún peor con cuernos de reno, algunos con cascabeles y hasta con luces y todo.

Y, ¿qué me decís de ese afán por comer juntos? No puedes ni ver a tu compañero, no tragas al jefe y ¡hala…! a comer a su lado, mirando de reojo a esa chica rubia que contrataron el mes pasado y que te dio calabazas anteayer…; aunque bueno, a Tomás, el del restaurante de la esquina le viene bien y a mí, de rebote  también, porque siempre cae algo.

Pero lo peor, lo peor de todo, sucede el día 24, a media tarde, cuando el ricachón llega en el coche, para a la puerta de mi iglesia, sube las escaleras y me invita a ir con él. Y todo, porque su padre le pidió en el lecho de muerte que continuara con la tradición de la familia y sentara un pobre en su mesa para celebrar la Navidad.

¡Hay que fastidiarse! Y éste ha tenido que elegirme a mí…

Diciembre 2014
Imagen Google
 

 

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