“Aunque
tenga que estafar, ser ladrona o asesina ¡a Dios pongo por testigo que jamás
volveré a pasar hambre!” bramó Escarlata entre dientes. Nunca pensó que diría lo
mismo que la protagonista de la detestada Lo
que el Viento se Llevó, que su madre reproducía una y otra vez en una copia
infame de VHS y a la que debía su nombre.
Salió
de casa dando un portazo y casi en volandas acomodó a sus dos hijos en el
asiento trasero de su destartalado coche. Colocó junto a ella el viejo bolso Louis Vuitton de imitación, ese amigo que
la acompañaba todos los días al trabajo pertrechado con la comida y su kit
básico de supervivencia. Hoy llevaba dentro el libro de su abuelo, el único que
él había tenido en su vida, Crimen y
Castigo de Dostoievski.
El
viejo radiocasete Pioneer se negó a
funcionar. Ella no quería pensar y comenzó a cantar con desesperación Black is black.
“Lo negro
es negro”… Recordó con un regusto amargo esa canción que asociaba al impacto
que le causó Amador, el chico de modales tan finos del que se enamoró como una
tonta en cuanto lo vio en la playa de su pueblo. La cautivó de tal manera que a
los seis meses se fue a vivir con él a esta ciudad castellana tan histórica
como inhóspita.
Reunieron
dinero para la entrada de un piso y, muy ilusionados, se hicieron con uno
pequeño a las afueras de la ciudad, lleno de luz de la mañana y rodeado de
zonas verdes para que sus futuros hijos pudieran jugar. Pronto nació el niño y
a los dos años la niña. Fueron felices hasta que todo comenzó a empeorar, su
marido primero perdió el trabajo, después los abandonó, a ella le redujeron la
jornada… Desde entonces, cada mes ha recortado los gastos de calefacción, agua
caliente, comida… para poder cubrir la
hipoteca y aun así, los tres últimos meses no lo ha conseguido.
Hoy lo
poco que quedaba de su mundo se ha derrumbado. Ha recibido una carta del banco
anunciándole el proceso de desahucio si en quince días no abona lo que debe. De
nada ha servido suplicarles un poco más de tiempo.
Aparca
frente a la sucursal bancaria. Baja del coche dejando a sus hijos dentro y los
mira un momento con especial ternura. Tan sólo se lleva el libro que el abuelo guardaba
y que nunca les dejó leer. Lo aprieta contra su pecho.
Entra y
con paso firme se dirige a la oficina del director, se sienta y una vez más le implora,
le pide tiempo, solo eso… El director le dice que ya no se puede hacer nada y
le pide que se vaya.
Escarlata
abre muy despacio el libro, saca de su interior una diminuta pistola Derringer que siempre había estado
camuflada en él. Muy serena, vuelve a recordar la última frase de la película
que marcó su vida mientras apunta directamente al corazón del director.
Febrero 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario