La niña vivía en una casa muy, muy alta. Tan alta que con la punta de sus dedos podía tocar las nubes.
Desde ese día, noche tras noche durante trece días, la niña le envió su beso con sabor a queso y a cambio recibía su pedacito de luna.
La noche siguiente, al
asomarse a la ventana, la niña no la vio, sopló y sopló a las nubes pero la luna
no se escondía tras ellas... solo veía a las estrellas que titilaban en el
cielo. De pronto, oyó unos gemidos y otros y más…
—¿Quién llora?— preguntó la niña.—¡Nosotraaas…!— Le contestaron las estrellas a lo lejos.
—No tenemos luna, devuélvenos la lunaaa… ¡Buaaa…!
La niña volvió los ojos
hacia su cama, se agachó y juntando los pedacitos, como un rompecabezas,
reconstruyó la luna. La miró, dudó… y cogiendo un trocito, lo besó y lo disparó
hacia el cielo.
—¡Graciaaas…!— dijeron mientras pestañeaban las estrellas.
Y desde esa noche, durante
trece días, la niña envió un trozo de luna con besos con sabor a menta, mango,
melocotón…, pero nunca más con sabor a… ¡queso…!
Imagen: Google
Fotografía: J.M.Rguez. Casado
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