martes, 10 de febrero de 2015

HORA CERO


 

El reloj del salón marca las doce de la noche…, tic-tac…, tic-tac… Silencio…, por fin silencio.

Poco a poco los ruidos de vecindad habituales han ido cesando y en esta ausencia de sonidos puedo hasta escuchar el latido del corazón bombeando la sangre por todo mi cuerpo.
Hoy no trabajo, este es mi peor día de toda la semana. Necesito salir…
Con una cierta pereza comienzo a prepararme, una ducha, un buen perfume, un poco de maquillaje, muy poco…, mi pálida piel, nítida, casi translúcida, apenas lo necesita.
Busco en el armario un vestido que me haga sentir seductora. Elijo el negro, escotado y ceñido, que resalta mis formas y hace que mi excesiva delgadez se vuelva elegante y unos zapatos de salón también negros, con un alto tacón plateado… Me siento bella.
Salgo a la jungla que es la calle hacia la discoteca a la que voy con alguna frecuencia, me siento en la barra y pido un combinado cualquiera que apenas bebo. Mis ojos recorren el recinto y selecciono entre los numerosos hombres a mi presa. Le elijo y espero a que sea él el que se decida a tomarme como su botín de esta noche. ¡…Ilusos…, es tan fácil engañarles…!
No pasa mucho tiempo y salimos a la negrura de la noche, sus manos entallando mi cintura, con destino a su casa. Ningún hombre ha entrado nunca en la mía, nadie conoce mi secreto…
Hacemos el amor lentamente, mi fragilidad hace que sea cuidadoso, casi tierno. Después… se duerme.
Ver dormir a un hombre tan profundamente, tan desvalido, tan a mi merced… hace que mi excitación aumente, disfruto a solas del momento.
Me visto despacio y de puntillas me encamino hacia la puerta, todo acabó y ni siquiera su nombre me ha importado.
Camino hacia casa, despacio, contemplando con disimulo los extraños especímenes que como yo viven la noche.
Antes del amanecer la somnolencia da paso al sueño.

  

 
Tic-tac…, tic-tac…, el reloj de la Sala de Guardia marca las doce de la noche… Silencio, por fin silencio…

Las enfermeras del turno de noche ya han acabado su ronda, han dado las últimas dosis de medicinas, controlado temperaturas, ralentizado la velocidad de los goteos intravenosos y se han retirado a descansar un rato antes de comenzar de nuevo.
Son horas de reposo, las hemorragias cesan, la fiebre se apacigua, casi nadie empeora, la muerte parece gustar de la madrugada y da una tregua.
Silencio, quietud, es mí hora, mi hora cero, la saborearé a solas salvo que algún accidente la interrumpa. Disfruto de este trabajo. Después de múltiples oficios, ser la responsable nocturna del Banco de Sangre en el Hospital, ha colmado todos mis anhelos.
Abro el frigorífico, retiro de él una de las bolsas, me tumbo en uno de los sillones de extracción y despacio, muy, muy despacio, voy libando, paladeando hasta la última gota del rojo líquido que me alimenta desde hace tantos, tantos años.

Abril, 2014.
Autor de la imagen, desconocido.

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