Mientras escribía este cuento, escuchaba Pavana para una infanta difunta, de Ravel y he querido compartirlo con vosotros.
YING y YANG
Tres
días quedaban para que el cuarto creciente completara su periodo y el cielo de
la noche se iluminara con el resplandor de la luna llena.
Tres días, sólo tres días quedaban para que se
celebrara la boda de mi niña, de mi amada Alfonsina.
Tres días tan solo y una lúgubre sombra se asomaba en
los ojos de mi otra hija, Adolfina, llenando su mirada de rencor, de envidia.
Mis hijas gemelas, tan idénticas, tan distintas. Ya
eran así en mi vientre, sólo sentí a una, ni un momento de respiro me daba, más
que llevar un ser humano en mis entrañas
parecía que tuviera un gato encerrado en
ellas.
Decidí que si era un niño le llamaría Adolfo como mi
marido, que murió sin saber que iba a ser padre.
El parto fue difícil, largo y doloroso. La comadre
decía que nunca había visto un caso igual, que la criatura tan pronto mostraba
la mollera como las nalgas y que no sabía cómo ayudarme. Cuando al final la
alumbré chilló como una posesa. Era una niña grande, bien formada, hermosa. Como
esperaba un varón, no sabía cómo llamarla y le puse Adolfina.
Un poco aturdida por el brebaje que la comadrona me
había dado para aliviar el dolor en el parto, me recosté en la cama ayudada por
su hija que estaba aprendiendo el oficio de ama de parir, cerré los ojos y le
oí gritar, — otro, viene otro —. Me
incorporé y di a luz a otra niña, sin
esfuerzo, casi sin enterarme, era igualita a la anterior, un poco más menuda.
La mujer le dio unos azotes y de su pecho salió un grito dulce acompañando a su
llanto. Le llamé Alfonsina en honor a mi padre
Crecieron y no podían ser más opuestas, Alfonsina, la
pequeña, era afable, cariñosa, alegre. Su voz era como la de un ruiseñor y
cantando recorría el hayedo recolectando plantas que secaba, mezclaba y usaba
para curar las dolencias de los vecinos de la aldea, tenía un don especial para
ayudar. Decían que era una anjana…
Adolfina era todo lo contrario: arisca, dominante,
agresiva cuando sus deseos no se cumplían; pendenciera, capaz de adivinar las
desgracias y para mí, que también las provocaba. Gustaba de la noche y en una
de las muchas cuevas que hay en estas tierras del norte, se recluía y no
aparecía en días. En el poblado la temían, unos le llamaban guajona, otros lamia.
No coincidieron en nada hasta que hace casi dos años
un buhonero llamó a nuestra puerta, dijo llamarse Gastón y cuando Alfonsina le
compró un peine intercambiaron sus corazones. No pasaba una semana sin que él viajara
a la aldea vendiendo sus mercancías o para reunirse con ella.
Adolfina se prendó también de él. Siempre estaba en
casa cuando llegaba, le enviaba miradas
seductoras, le obsequiaba, incluso hizo hechizos para alejarle de su hermana.
No logró nada.
Tres días quedaban… y ahora tengo miedo, ese miedo que ella siempre me ha dado, pues nunca supe hasta dónde podía llegar su maldad.
Llegó por fin el día de la boda. Alfonsina estaba
preciosa, su cabeza coronada con violetas blancas. Todos los vecinos lo celebraron y bailaron a su lado a la luz brillante de la luna llena de Agosto. Solo hubo una ausencia,
la de su hermana, nadie la echó en falta. Yo estaba aliviada.
Pasaron los días, los esposos marcharon a vivir a la
aldea de él, a unas cuantas jornadas de la nuestra. De Adolfina no supimos
nada, nunca volvió a casa.
Al cabo de un largo año, unos niños encontraron su
cuerpo tendido, como dormido, junto a un arroyo, decían que parecía un hada.Todos pensaron que era Adolfina y como tal la enterramos.
Sólo yo supe que ella era mi otra hija, mi niña amada,
su hermana.
Diciembre, 2014
Imagen Google
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