sábado, 28 de febrero de 2015

DOÑA DELIA


Delia sale a dar su paseo diario, un poco antes del mediodía. Es bastante añosa, aunque como decía Oscar Wilde: “Lo peor de cumplir años no es envejecer, sino que no se envejece” y es que ella no ha envejecido por dentro, vive aquí y ahora, alejada de la realidad de su propio cuerpo, siempre dispuesta a seguir. Solo su dolorosa artrosis le devuelve a la realidad cuando camina.

Hoy, sin embargo, avanza con ilusión renovada apoyada en su bastón, olvidando casi el dolor de la cadera, que cada vez es más fuerte y prolongado.

Y es que, tras un verano que se le ha antojado muy largo comienza un nuevo curso; los niños regresan al colegio, por eso ella se encamina un poco más rápida de lo habitual por el paseo que la lleva frente a la escuela.

Fatigada, se sienta en su banco de siempre, en la semisombra que produce el cedro que tiene casi tantos años como ella. Cuando hace frio camina de un lado a otro de la valla. Ha acabado formando parte del paisaje, los profesores y los niños se han habituado a verla por allí, siempre puntual a su cita, a la hora del recreo.

Desde su banco Delia renace escuchando las risas, los gritos, los juegos y hasta las peleas de los niños.

Hoy hay dos nuevos maestros, una mujer, de unos 35 años, rubia, alta, con unos tacones, que según observa, no la dejaran correr rápido si tiene que auxiliar a algún niño con urgencia; y un mozalbete que parece más joven y que se afana en jugar al balón con un grupo de críos.

Suspira y cierra los ojos y sin saber por qué recuerda a aquel niño menudo, que sin haber cumplido los tres años llegó a su aula, despierto, curioso, espontáneo  y muy, muy escrupuloso. Sonríe al verlo entrar en clase, andando como un pequeño pingüino, con los pantalones y la ropa interior en los tobillos.
-Delia, límpiame – decía y ella le respondía lo mismo un día tras otro: -No, no, yo te enseño y te ayudo pero eres tú quien debe hacerlo.
-Jo, es que me da mucho asco, replicaba él.

También recuerda  que  bien se expresaba y su amplio vocabulario. Un día, Delia comenzó a mostrarles fotografías de diferentes elementos del Universo que había ordenado cuidadosamente. Les mostró la primera y sin dar tiempo a responder a ninguno de sus compañeros dijo: La Tierra, nuestro planeta. Delia quedó boquiabierta por lo acertada de la respuesta. Ahora, recuerda su nombre: Pablo, se llamaba Pablo.

Mostró la segunda lámina y unos cuantos dijeron a coro: ¡La Luna, es la Luna!

Después acertaron con la estrella, y cuando les mostró una imagen poco convencional del Sol, tras unos segundos Pablo gritó mientras saltaba de la silla: ¡Es el planeta de los ricos, el planeta de los ricos!

Delia extrañada le preguntó el por qué y el niño con una lógica aplastante respondió: Pues mira, ¿es que no lo ves?, porque es de oro.

Ella, hoy, sigue sintiendo aún, el deseo de estrecharlo junto a su pecho mientras le decía que no, que era el Sol, aguantando las ganas de reír a carcajadas sin poderle decir que si el Sol fuera de oro, ya no existiría…

Unos tímidos golpecitos en el hombro le hicieron salir de su ensueño. A su lado estaba el joven que hacía un instante estaba en el patio.

Perdone – le dijo - ¿Usted, tú…, no fuiste mi primera maestra? ¿Eres doña Delia?
Diciembre 2014
Imagen: Revista Maestra de Infantil
 

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