Delia sale a dar su paseo diario, un poco antes del
mediodía. Es bastante añosa, aunque como decía Oscar Wilde: “Lo peor de cumplir años no es envejecer,
sino que no se envejece” y es que ella no ha envejecido por dentro, vive
aquí y ahora, alejada de la realidad de su propio cuerpo, siempre dispuesta a
seguir. Solo su dolorosa artrosis le devuelve a la realidad cuando camina.
Hoy, sin embargo, avanza con ilusión renovada apoyada
en su bastón, olvidando casi el dolor de la cadera, que cada vez es más fuerte
y prolongado.
Y es que, tras un verano que se le ha antojado muy
largo comienza un nuevo curso; los niños regresan al colegio, por eso ella se
encamina un poco más rápida de lo habitual por el paseo que la lleva frente a
la escuela.
Fatigada, se sienta en su banco de siempre, en la
semisombra que produce el cedro que tiene casi tantos años como ella. Cuando
hace frio camina de un lado a otro de la valla. Ha acabado formando parte del
paisaje, los profesores y los niños se han habituado a verla por allí, siempre
puntual a su cita, a la hora del recreo.
Desde su banco Delia renace escuchando las risas, los
gritos, los juegos y hasta las peleas de los niños.
Hoy hay dos nuevos maestros, una mujer, de unos 35
años, rubia, alta, con unos tacones, que según observa, no la dejaran correr
rápido si tiene que auxiliar a algún niño con urgencia; y un mozalbete que
parece más joven y que se afana en jugar al balón con un grupo de críos.
Suspira y cierra los ojos y sin saber por qué recuerda
a aquel niño menudo, que sin haber cumplido los tres años llegó a su aula,
despierto, curioso, espontáneo y muy, muy
escrupuloso. Sonríe al verlo entrar en clase, andando como un pequeño pingüino,
con los pantalones y la ropa interior en los tobillos.
-Delia, límpiame – decía y ella le respondía lo mismo un día tras
otro: -No, no, yo te enseño y te ayudo
pero eres tú quien debe hacerlo.
-Jo, es
que me da mucho asco, replicaba él.
También recuerda que bien se expresaba y su amplio vocabulario. Un
día, Delia comenzó a mostrarles fotografías de diferentes elementos del
Universo que había ordenado cuidadosamente. Les mostró la primera y sin dar
tiempo a responder a ninguno de sus compañeros dijo: La Tierra, nuestro planeta. Delia quedó boquiabierta por lo acertada
de la respuesta. Ahora, recuerda su nombre: Pablo, se llamaba Pablo.
Mostró la segunda lámina y unos cuantos dijeron a
coro: ¡La Luna, es la Luna!
Después acertaron con la estrella, y cuando les mostró
una imagen poco convencional del Sol, tras unos segundos Pablo gritó mientras
saltaba de la silla: ¡Es el planeta de
los ricos, el planeta de los ricos!
Delia extrañada le preguntó el por qué y el niño con
una lógica aplastante respondió: Pues
mira, ¿es que no lo ves?, porque es de oro.
Ella, hoy, sigue sintiendo aún, el deseo de
estrecharlo junto a su pecho mientras le decía que no, que era el Sol,
aguantando las ganas de reír a carcajadas sin poderle decir que si el Sol fuera
de oro, ya no existiría…
Unos tímidos golpecitos en el hombro le hicieron salir
de su ensueño. A su lado estaba el joven que hacía un instante estaba en el
patio.
Perdone
– le dijo
- ¿Usted, tú…, no fuiste mi primera
maestra? ¿Eres doña Delia?
Diciembre 2014
Imagen: Revista Maestra de Infantil
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