Mariana se miró en el espejo del baño comunitario. Su
rostro no evidenciaba los cincuenta años que acababa de cumplir, apenas tenía
arrugas, su cabello no había encanecido, solo unas profundas ojeras marchitaban
sus hermosos ojos…
—Parece que fue ayer y hace casi doce años que abandoné
esta ciudad— pensó…
Mariana y Luis crecieron juntos, ambos estudiaron
Derecho, montaron un bufete de abogados, se casaron… Eran la envidia de sus
amigos.
El Despacho adquirió un gran prestigio, trabajaban sin
cesar y fueron aplazando el momento de ser padres.
Defendiendo a un cliente, sin saber cómo, Mariana se
enamoró. Abandonó todo y a todos y se marchó con él.
Iban de hotel en hotel, siempre lujosos, huyendo de una
ciudad a otra primero y de un país a otro después, perseguidos por los
estafados a los que el embaucador de su compañero engañaba… Mariana era feliz,
no quería ver, no quería saber.
En Colombia lo apresaron y de repente se presentó ante
ella una vida que no era la suya y su castillo, su fortaleza, se derrumbó haciéndose
añicos…Entonces decidió regresar.
Pensó que sería más fácil rehacer su vida, encontrar
trabajo en un lugar conocido, pero nadie la reconocía a ella.
Acabó de arreglarse, recogió sus escasas pertenencias y
se encaminó hacia la calle dispuesta a aceptar cualquier tipo de trabajo.
Ya sólo podía permanecer dos noches más en este albergue para
personas sin techo que le proporcionaba cama y aseo.
Abatida, desorientada… e intentando mantener la dignidad
que tiempo atrás tuvo, salió a la calle, tropezó con un hombre y a punto estuvo
de caer al suelo.
-Perdone señora - dijo él mientras la sostenía.
-No ha sido nada- contestó ella.
En ese instante, fugazmente, sus miradas se encontraron y
con la misma rapidez se desviaron, los ojos de él brillaban de rencor…, los de ella
se apagaron de humillación.
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