martes, 28 de junio de 2016

CETA

Ceta, desde el día que acudió a esa fiesta, ha cambiado.
De natural obediente y trabajadora, ahora está ausente, ensimismada y suspiran sin parar.
Su madrastra le grita:
—Ceta ¿preparaste la comida?
Mientras, sus dos hijas no cesan de parlotear reclamando sus caprichos:
— ¿Has planchado mi vestido? ¿Limpiaste los zapatos? ¿Has cosido los lazos de mi camisa?
Ella, por toda contestación, suspira y melancólica vuelve a retomar su trabajo, para suspenderlo al instante, bajo la mirada atónita de las tres tiranas que son incapaces de entender que le pasa.
Está así desde aquella noche en la que se escapó de casa, por lo que fue duramente castigada. Desde entonces, no ha podido salir a la calle pero ni se ha quejado, ni disculpado. 
Llaman a la puerta. La mayor de las hermanas, entusiasmada, ve desde su ventana a un mercader de  perfumes, sedas  y calzado.
Contenta, manda a Ceta que abra, a la vez que reclama a su madre y hermana.

Su sorpresa es mayúscula: desde esa misma ventana ve tirados en la entrada telas, frascos y sandalias y oye la risa radiante de Ceta, que se aleja de la casa del brazo del que ella imaginó que era sólo un vulgar vendedor, mientras balancea, provocadoramente, en la otra mano, unos preciosos Manolos rojos.

Noviembre 2015
Pintura circulando en la Red

No hay comentarios:

Publicar un comentario