martes, 28 de junio de 2016

INNOMBRABLES

Por muy cansado que hubiese sido el viaje; por muy agotada que estuviera, lo primero que hacía nada más entrar en la habitación del hotel era inspeccionar su limpieza y comprobar que no teníamos compañías indeseadas merodeando por allí. Y eso es lo que estoy haciendo en este momento.

Damián, mi marido, sonríe burlonamente mientras miro bajo la cama, por los rincones del baño, en los cajones y ventanas…, mientras me dice que es inútil que las busque, que ellas ya se encargan de encontrarme y me recuerda cuando siendo una niña, una se enredó en mi enagua y cuanto más la agitaba chillando a grito pelado, más arriba subía. Aún soy capaz de recordarlo, han pasado cerca de cuarenta años y no se me ha pasado el susto.

También me saca a relucir cómo paseando en las calurosas noches de verano, sólo yo soy capaz de intuirlas, verlas aparecer por las alcantarillas y corretear por las aceras por muy oscura que esté la noche y cómo desaparezco, sin abrir la boca,  cruzando la calle por no encontrarme con ellas. No le hago caso y continúo con mi labor hasta que la habitación pasa revista en perfecto estado. Él lanza un suspiro de alivio pues no es la primera vez que ante uno de estos invitados preparo un pequeño escándalo en recepción.

Cenamos algo ligero, estiramos las piernas con un breve paseo alrededor del hotel y nos acostamos.

Me levanté a las pocas horas para ir al baño. A oscuras para no despertarlo y un poco desorientada, me puse las zapatillas, di unos pasos y oí esa especie de lamento apagado seguido del crassch, que me resulta tan familiar y un estremecimiento me sacudió de la cabeza a los pies. Reviví las noches de nuestros primeros meses de casados, en aquella casa construida antes de 1900, cuando dormía con el spray de Raid en la mesilla y cómo no era capaz de levantarme hasta que Damián las barría, no sé cómo no nos intoxicamos…

Una arcada revolvió mi cuerpo y encendí la luz: estaban por todos los lados, cubriendo el suelo, el techo, los muebles.

Ellas, que son fotofóbicas, no escaparon, parecían amodorradas. Fueron agitando sus antenas filiformes y lentamente se volvieron mirándome con sus pequeños ojos compuestos. Poco después, como un ejército en formación las vi avanzar hacia mí y por un momento recordé a Gregorio Sansa metamorfoseado en una de ellas y pensé si me habría ocurrido lo mismo que a él y era  mi olor lo que las atraía inexorablemente.

Un grito ahogado salió de mi garganta… Damián me abrazaba y secaba mi sudor, sentados en la cama. Todo había sido una pesadilla.

Perdonad que no os miente su nombre, en este caso me comporto como algunos políticos que parecen creer que lo que no se nombra, no existe… ¡Qué más quisiera yo!

Junio 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario