martes, 28 de junio de 2016

EL ATAJO


La Tierra, año 2345. Las condiciones de vida son cada vez más difíciles, sequías, terremotos, tornados… asolan el planeta. La Corporación Terrícola Espacial envía, cada vez más frecuentemente, naves rastreadoras más allá de nuestra galaxia en busca de nuevos planetas a los que poder trasladar su numerosa población. Hasta ahora sin resultados positivos.
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Faris Keitan ha sido escogido para capitanear la Sterling XXII por tener una brillante carrera como piloto, dominar los idiomas antiguos y ser un politólogo de reconocido prestigio.
El 30 de abril la nave despegó desde la base espacial de Baikonur, en Asia central, antiguamente antes de la reunificación: Kazajistan. Lleva a bordo doce tripulantes.
En octubre se perdió el rastro de la nave, no había emitido ninguna señal de socorro.
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La cápsula de supervivencia de Faris le deposita en un lugar que no puede determinar ya que su GPS no funciona. Carece de comunicación con la base y con el resto de sus compañeros.
Con esfuerzo se retira el traje presurizado, las botas y el casco. Todavía desorientado y aturdido sale al exterior en busca del resto de cápsulas o de alguno de sus compañeros, sin encontrar ningún rastro de ellos. 
Las piernas apenas le sostienen cuando comienza a andar por una carretera en muy mal estado. Se cruza con dos hombres, que parecen aldeanos, de piel tan blanca y tan rubios que en su distrito, mezcla de razas y culturas hubiesen llamado la atención. Iba a dirigirse a ellos cuando tras lanzarle una mirada recelosa le saludan con un ¡Heil Hitler! Mientras levantan su brazo derecho con la palma de la mano extendida.
Estupefacto no les puede responder. Identifica el idioma como el alemán que desapareció hace más de 100 años cuando se unificaron todas las lenguas y el saludo como el que se hacía durante el gobierno nazi de Hitler hace más de 4 centurias.
Su perplejidad aumenta cuando un letrero le indica que se dirige hacia Frankfurt. Continúa andando y una hora después un coche Mercedes Benz, que parece sacado de una primitiva película, se detiene a su lado. De él salen dos hombres uniformados, que sin contemplaciones y sin mediar palabra, le introducen en su interior. Con el mismo trato, poco después, le tiran dentro de un barracón, que en ese momento permanece vacío.
Tiene hambre y mucha sed, pero se olvida de todo cuando un centenar de hombres fantasmales, escuálidos y con la muerte reflejada en sus ojos llenan todo el espacio y le miran curiosos. ¿Cómo explicarles quién era y de dónde venía?
Prefiere escucharles. Así se entera de que está en el otoño de 1945. Que Hitler ha ganado hace unos meses la segunda guerra mundial y es dueño de medio mundo. Que continúa el exterminio…


Eso oye, pero no entiende la verdadera magnitud de su situación. Piensa que se ha vuelto loco o que esto no es real sino que le han inducido un sueño que parece una pesadilla. Después llega a la conclusión de que la Sterling entró en un agujero de gusano que le llevó por un atajo a través del espacio y el tiempo, retrocediendo 400 años. Esto podría haber ocurrido. Sin embargo, la realidad en la que se encontraba desmentía lo que él había estudiado, Hitler se suicidó en su bunker el 30 de abril de ese año…

Cuando le llevan ante sus carceleros ningún sonido sale de su boca, no le habrían entendido. Su sentencia está dictada sin juicio alguno. No es su forma de hablar ni sus ropas lo que le condenan, sino su piel, unos cuantos tonos más oscuros que la raza aria, la que el dictador considera superior, la que le conduce irremediablemente a sufrir, hasta la muerte, en las manos de un tal doctor Menguele.

Junio, 2016

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