Se desperezó y, aun somnolienta,
percibió el aroma a espliego que inundaba la casa.
Cada día dormía más y más
profundamente y le costaba levantarse de la cama.
Buscó la bata pero no la encontró. Las
zapatillas tampoco estaban sobre la alfombra.
«Estos
diablillos deben pasarse la noche cambiando las cosas de sitio» pensaba
mientras revolvía en los cajones.
Una larga hora tardó en poner cada
cosa en su lugar. Después limpió, hizo las camas, lavó los monos de trabajo de
la mina, cocinó...Para concluir puso la mesa y se sentó a descansar esperando a
que regresaran.
Ellos vienen ya de camino. No cantan,
como hacían antes de acogerla en su hogar, sino que van recogiendo tila,
melisa, pasiflora y valeriana con las
que hacer la infusión nocturna para Blanca. También buscan bálsamo de limón
para perfumar su almohada mientras discuten quien de los siete se tenderá esta noche
acurrucado a su espalda.
Mientras, Blanca, rendida, se ha
quedado dormida y no oye que la aldaba suena cuando llama a su puerta la
vendedora de manzanas.
Ella no lo sabe pero su cansancio
cambió el final del cuento para siempre.
!Que bueno! Me gusta , no te relajes tanto que leerte es un gran placer
ResponderEliminarUn beso
Gracias Mª José. Yo también estoy deseando leer nuevos relatos tuyos. Un abrazo
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