lunes, 20 de julio de 2015

PRESAGIOS


Su madre yacía entre flores tras el cristal. La muerte se la había llevado aún joven. Con muy poco sufrimiento. —Un infarto fulminante, lo sentimos, no hemos podido hacer nada—dijeron en urgencias.

Estaba hermosa, con esa belleza inerte que emerge al desaparecer la vida y que hace que el cuerpo tome apariencia de muñeca.

Su padre había elegido el traje que la acompañaría para siempre. A ella le habría gustado, pensaba Luna, extrañamente serena, cómo si no fuera su madre la que estuviese allí en esa fría cámara y pudiera aparecer de repente a su lado.

Se negaba a pensar que ya no tendría a quién contar sus pesadilla, la presencia de ese alguien a su lado, siempre la misma, otra “ella” que la llamaba, que la hacía sentir otras vidas que no había vivido. No podría compartir ese dolor inexplicable del alma, o esa alegría  infundada que la embargaba a veces.

Su madre no estaría para abrazarla, acunarla entre sus brazos, acariciarle el pelo y tararearle una canción mientras ella se dormía. Así había sido durante dieciséis años.

Se había ido. Sin avisar, sin poder despedirse de ella. No lo entendía, estaba perdida, por eso la miraba y no la veía. Por eso tampoco lloraba. Se negaba a aceptar su marcha.

La familia, los amigos le decían palabras de consuelo, la besaban, abrazaban, pero ella no respondía, no decía nada.

A su padre le preocupaba  su aparente frialdad, tanto que relegaba su propio dolor.

Esa noche, una vez acabado todo, en su cama, volvió a sentirla a su lado y esta vez sí se atrevió a mirarla, ¡era tan parecida a ella…! Su misma edad, su mismo rostro, su misma figura…

— ¿Quién eres?— la preguntó.

—Soy Estrella, tu hermana gemela, ¿no me recuerdas? Juntas estuvimos nueve meses y después nos separaron. Yo siempre he estado a tu lado ¿No me sentías?

Asustada Luna corrió en busca de su madre. Su padre se angustió al verla aterrorizada a su lado. Se sentó en la cama y la acogió cómo tantas veces había visto hacer a su mujer, cuando él abandonaba la cama y le cedía su puesto junto a su madre.

Luna le contó sus pesadillas, su padre la escuchaba en silencio hasta que sus lágrimas la interrumpieron.

— ¿Papá que te pasa? ¿Crees que estoy loca? —le preguntó.

Entre sollozos, él le contó su historia, la que su madre por no hacerle sufrir le había negado. Se levantó, buscó en lo más profundo de la cómoda y le mostró una foto.

En ella se veía a dos niñas idénticas dormidas plácidamente. —Al día siguiente nos dijeron que Estrella había fallecido, no nos atrevimos ni a verla, la clínica se encargó de todo — añadió el padre.

Han pasado tres años, juntos la siguen buscando. No pierden la esperanza, aunque desde entonces, Estrella no ha vuelto a estar a su lado.
 

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