Su
madre yacía entre flores tras el cristal. La muerte se la había llevado aún
joven. Con muy poco sufrimiento. —Un infarto fulminante, lo sentimos, no hemos
podido hacer nada—dijeron en urgencias.
Estaba
hermosa, con esa belleza inerte que emerge al desaparecer la vida y que hace
que el cuerpo tome apariencia de muñeca.
Su
padre había elegido el traje que la acompañaría para siempre. —A ella le habría gustado—, pensaba Luna, extrañamente serena, cómo si no
fuera su madre la que estuviese allí en esa fría cámara y pudiera aparecer de
repente a su lado.
Se
negaba a pensar que ya no tendría a quién contar sus pesadilla, la presencia de
ese alguien a su lado, siempre la misma, otra “ella” que la llamaba, que la
hacía sentir otras vidas que no había vivido. No podría compartir ese dolor inexplicable
del alma, o esa alegría infundada que la
embargaba a veces.
Su
madre no estaría para abrazarla, acunarla entre sus brazos, acariciarle el pelo
y tararearle una canción mientras ella se dormía. Así había sido durante
dieciséis años.
Se
había ido. Sin avisar, sin poder despedirse de ella. No lo entendía, estaba
perdida, por eso la miraba y no la veía. Por eso tampoco lloraba. Se negaba a
aceptar su marcha.
La
familia, los amigos le decían palabras de consuelo, la besaban, abrazaban, pero
ella no respondía, no decía nada.
A
su padre le preocupaba su aparente
frialdad, tanto que relegaba su propio dolor.
Esa
noche, una vez acabado todo, en su cama, volvió a sentirla a su lado y esta vez
sí se atrevió a mirarla, ¡era tan parecida a ella…! Su misma edad, su mismo
rostro, su misma figura…
—
¿Quién eres?— la preguntó.
—Soy
Estrella, tu hermana gemela, ¿no me recuerdas? Juntas estuvimos nueve meses y
después nos separaron. Yo siempre he estado a tu lado ¿No me sentías?
Asustada
Luna corrió en busca de su madre. Su padre se angustió al verla aterrorizada a
su lado. Se sentó en la cama y la acogió cómo tantas veces había visto hacer a
su mujer, cuando él abandonaba la cama y le cedía su puesto junto a su madre.
Luna
le contó sus pesadillas, su padre la escuchaba en silencio hasta que sus
lágrimas la interrumpieron.
—
¿Papá que te pasa? ¿Crees que estoy loca? —le preguntó.
Entre
sollozos, él le contó su historia, la que su madre por no hacerle sufrir le
había negado. Se levantó, buscó en lo más profundo de la cómoda y le mostró una
foto.
En
ella se veía a dos niñas idénticas dormidas
plácidamente. —Al día siguiente nos dijeron que Estrella había fallecido, no
nos atrevimos ni a verla, la clínica se encargó de todo — añadió el padre.
Han
pasado tres años, juntos la siguen buscando. No pierden la esperanza, aunque
desde entonces, Estrella no ha vuelto a estar a su lado.
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