lunes, 20 de julio de 2015

COMADRES


Año dos mil quince. Cualquier pueblo de alguna de las dos Castillas, España.                          

 
Hipólita se coloca el chal por encima de los hombros, sale a la calle y se sienta en el poyo, junto a su puerta. La pared de adobe está cálida. Apoya en ella la espalda y la cabeza y agradece que los tibios rayos de sol calienten sus mejillas. Poco a poco sus sentidos van perdiendo presencia, se abandona y se duerme.

—Buenas tardes, vecina— saludó Justa sentándose a su lado—. El primer día de sol de este largo invierno.

—Buenas. Largo, largo y frio. Hemos tenido que esperar a últimos de febrero para sentarnos a la solana —respondió Hipólita mecánicamente,  para que no se le notara el fastidio de haber sido despertada.

— ¿Y qué tal estás? ¿Se te han aliviado los dolores del reuma con la nueva medicación?

— ¡Quia! Estos solo desaparecerán el día que yo no esté —contestó Hipólita, preparándose para el interminable parloteo de su vecina.

—Pues yo maja, he pasado un invierno bastante malo, también tengo mis dolores pero lo peor han sido los vértigos— Justa se levantó del banco y enderezándose a duras penas, balanceó su cuerpo de izquierda a derecha—. No sabes lo mal que se pasa cuando todo se mueve a un lado y al otro, como si estuvieras borracha, bueno, eso creo, porque yo no he estado bebida en mi vida.

—Mujer, no sería para tanto.

— ¿Qué no? Como se ve que tú no los has tenido. Como no se me quitaban con lo que me recetó don Paco, mi hija tuvo que llevarme a urgencias al Hospital. Esperamos mucho rato pero ¡qué bien me atendieron! Me miraron todo, me pusieron una inyección y me sentí mejor. Mi pobre Ángeles tuvo que volver a traerme al pueblo y volver a hacer el camino para regresar a su casa. Cuatro viajes y perder un día de trabajo. Hay cosas que sólo hacen las hijas…

Hipólita miró al cielo y pensó “si lo dices porque mis dos hijos son varones, no voy a entrar en tu juego, te conozco bien, puñetera” y cambiando de tercio dijo: — ¡Qué bien se está aquí! ¿No te parece?, mucho mejor que viendo las tonterías de la tele.

—Pues sí hija, se está bien —rezongó Justa— aunque a mí la tele me entretiene mucho, no me pierdo la novela “Secretos del lago grande” y tampoco “Ayúdame” porque se entera una de cada cosa...

—Entretenidas estábamos antes, cuando nos reuníamos más de diez comadres, con los chiquillos correteando alrededor nuestro, viendo a los paisanos subir a la estación cuando llegaba El Correo. Aquellos si eran buenos tiempos. Ahora solo quedamos tú y yo; ya hace muchos años que no pasa ningún tren; unos cuantos menos que cerraron la escuela porque no había suficientes niños… Si ya no pasan ni los coches por el pueblo, que alguno paraba en el bar, y ahora van a toda velocidad por la autovía esa que han hecho.

— ¡Cuánta razón tienes, Hipólita! Menos mal que en el verano vienen a casa de los abuelos algunos de los que se fueron, y desde que hay crisis, vienen más, se ve que no tienen dinero para ir a la playa.

—Yo no entiendo mucho de política, ni de crisis, sólo sé que llego justita a fin de mes y hace unos años ahorraba unas pesetillas. No hay quien me quite de la cabeza que nos engañaron con el euro y además me sigo liando y no sé ni lo que pago.

—A mí me pasa lo mismo y cambiando de tema, ¿tú qué opinas de las elecciones? —preguntó Justa—. Con lo que oigo por la arradio me da un poco de miedo que ganen esos que dicen de la coleta. Mira que si volvemos a antes del 36…

—Quia, Justa, ¿qué va a pasar? Nos meten miedo para que sigan los de siempre. ¿Tú no te acuerdas cuando ganaron los de la pana? No pasó nada y el Felipe nos subió bien dello  la pensión. Igual nos toca algo si ganan estos.

—No sé, no sé…La hija de la Manuela, que es del partido ese del Rajoy ha estado en mi casa para que votara al Raimundo, el hijo de la Fausta quenpazdescanse, y me dijo cada cosa que aún no duermo bien.

—A mi casa no se atrevió ni a llamar—advirtió Hipólita—, ella sabe muy bien que yo no votaría a ese botarate de Raimundo con el que está amancebada.

— ¡Que antigua eres! ahora no se dice eso, son compañeros, amigos…—bromeó Justa.

— A mí me da igual, pero que no venga esa moza diciendo que hay que votar al partido ese que no quería el divorcio y luego muchos se han aprovechado y han cambiado a su mujer por otra más jovencita, a esos antes se les llamaba fariseos y ahora modernos…¡Cómo ha cambiado la vida!

— ¡Y qué solas estamos, Hipólita! Nuestros hijos, el que más cerca en la ciudad y los nietos fuera de España. Mi Juanillo está en Alemania, lo mismito que mi Juan, que se fue allí a hacer unas perrillas antes de casarnos, y lo mal que lo pasó el pobre, tan mal que nunca quiso que yo fuera allí.

—Tienes mucha razón. Me estoy quedando fría, la tarde es aún muy corta y se me ha pasado el tiempo en un suspiro. Mañana, si hace tan buen día como hoy, continuamos con nuestra conversación —dijo Hipólita, mientras con una mano apretaba el chal contra su pecho y con la otra se ayudaba con el banco para levantarse— ¡Que tengas buenas noches!

—Lo mismo te digo, hasta mañana.

Las dos ancianas, pasito a pasito, entraron en casa, se sentaron en su butaca  y dijeron casi a la vez, como si se oyeran: “Mañana, tal vez…”

 Mayo 2015

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